La Historia: Cayo Octavio Turino nace en Roma el 23 de Septiembre del 63 a. C. Su tío abuelo, Julio Cesar, a quien el senado había nombrado «Dictador Vitalicio», lo adopta, lo hace su heredero y lo prepara para ejercer el mando. Pero en el 44 a. C., varios senadores  asesinan a Cesar, temiendo que este aboliera la república y se nombrara rey; y comienza la lucha por el poder. En el 43 a.C., un general, Marco Antonio, que quería tomar el puesto de Cesar, marcha hacia Roma con sus legiones; el senado le encomienda a Octavio la tarea de detenerlo, y este, con sus tropas le cierra el paso en Bolonia. La batalla es inminente, pero otro general, Lépido, interviene y logra que Octavio y Antonio se reúnan y lleguen a un acuerdo: Primero se alían  para castigar a Bruto y Casio, los asesinos de Cesar, que al ser derrotados en  la batalla de Filipos se suicidan. Después se dividen el gobierno del imperio formando un triunvirato: Octavio toma el control de Europa, Marco Antonio el de oriente, y Lépido el de África. Pero los tres saben que este, es solo un pacto temporal.

Efectivamente, al poco tiempo el más débil, Lépido, es obligado a ceder África a Antonio y Octavio, y luego, en el 31 a.C., estalla la guerra entre estos últimos. En la batalla naval de Accio la flota de Octavio, al mando del general Agripa, derrota a la escuadra de Antonio, quien logra escapar y se refugia en Alejandría (Egipto), pero Octavio sitia la ciudad. Tanto Antonio como su esposa, Cleopatra, la reina de Egipto, le hacen ofertas de paz que son rechazadas, y sin otra opción la pareja decide suicidarse. Egipto pasa a ser una provincia de Roma y Octavio, de treinta y un años, obtiene el dominio de todo el territorio romano.

Era muy astuto, ejercía un poder despótico, pero mostraba una fachada republicana y democrática: Su titulo no era «Dictador», sino «Princeps» (primero entre iguales); mantenía al senado como cuerpo legislativo, pero sometido, ya que usaba el control que tenía sobre todas las fuerzas militares como una amenaza. En el 27 a.C., para legalizar su absolutismo montó una farsa: Anunció que se retiraría a la vida privada; el senado le suplicó que no lo hiciera, ofreciéndole plenos poderes; y Octavio aceptó con aire resignado. Luego se le confiere la dignidad de «Augusto» (Venerado), nombre que asume desde ese momento.

Formó un gabinete que incluía: Un gran organizador, como era su general Agripa; un gran administrador, como era su ministro Mecenas, y varios generales que mantenían la paz (la «pax romana»). Bajo el mando de Augusto el imperio logró su máxima expansión: Desde la actual España hasta Turquía; y desde el norte de África al norte de Francia, rodeando todo el mediterráneo e hizo construir una gran red de caminos que unían todas las provincias. Para contentar al pueblo se usó la política del «pan y circo»: Se le garantizaba a las familias el alimento cotidiano y además se les ofrecían espectáculos de gladiadores, carreras de caballo y otras diversiones. Roma era entonces la ciudad más grande del mundo, con más de un millón de habitantes y él la convirtió en una digna capital imperial, se construyeron grandes acueductos que la proveían de agua. Se erigieron plazas, teatros, palacios, baños termales y templos, como el «Panteón» (que aún subsiste). Estas obras le permitieron jactarse, al decir: «Encontré una ciudad hecha de ladrillos y la dejé hecha de mármol».

En el 14 d. C., a sus 76 años y después de más de 40 años de mandato, murió en Nola. Sus últimas palabras fueron: «La comedia ha terminado. ¡Aplaudid!». Tras fastuosos funerales el Senado lo divinizó y el mes de «Sextilis» fue renombrado «Agosto», en su honor.  

Un detalle: Augusto se supo aprovechar de la publicidad de su época, su  mandato fue promocionado hábilmente ante la opinión publica como una época de paz, prosperidad y abundancia, cantada por poetas como Virgilio y Horacio y avalada por artistas e intelectuales, todos ellos recompensados a través de su ministro, Mecenas, cuyo nombre es hoy sinónimo de «protector de las artes». Así mismo, creó un culto a su persona distribuyendo por todo el imperio estatuas de mármol y bronce que lo representaban como un dios, de aspecto joven, atlético y atractivo (muy diferente a su apariencia real).

Otro detalle: Pero apartando la «mass media», el historiador romano Suetonio, que vivió en el siglo 1 d. C. nos dejó un retrato del verdadero Augusto: Era delgado, de baja estatura, cabello rizado y algo rubio, tenía la nariz aguileña y puntiaguda. Muy enfermizo, sufría de hemicráneas, alergias y de dolores articulares. Comía y bebía poco y vivía modestamente, en una sencilla casa. Le gustaban los juegos de azar y compartir con sus amigos. Era muy inteligente, carismático y trabajador. Era también supersticioso y algo hipócrita: Creó una ley contra el adulterio que no aplicaba para él, que era un gran adúltero. Según Suetonio, su esposa Livia (que le acompaño hasta la muerte), le procuraba las amantes.

Un último detalle: Luego de que Marco Antonio se suicidara, Cleopatra intentó seducir a Octavio y le pidió que le concediese una audiencia, él aceptó y ella se le presentó como lo había hecho (con mucho éxito) ante sus dos ex amantes, Antonio y Julio Cesar: Perfumada, maquillada y vestida con velos transparentes. Pero, ¡ah!, bajo aquellos velos ya no había una bella joven, sino una señora de más de 40 años. Octavio la trató con frialdad y le dijo que la llevaría prisionera a Roma. Cleopatra se sintió perdida y optó por el suicidio.

Fuentes:       

  • GayoSuetonio. «Vidas de los 12 Cesares». Editorial Cumbre, 1977.   
  •  Indro Montanelli. «Historia de Roma». Plaza & Janes Editores, 1999.     
  •  Programa «Ulisse, Il piacere della scoperta – Augusto». RAI TV, 2014.

Por francisco

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *